Después de pasar la noche juntos, me dejaste unos calzoncillos. Me los puse y eran demasiado estrechos. Me impedían respirar. Tú los cogiste de nuevo y no los metiste en el cajón. Los llevaste directos a la lavadora. Tus calzoncillos se rozaron con mi cuerpo, con mi sexo recién despierto y tú ignoraste su olor. Los cogiste con tus dedos de látex y los llevaste a tu máquina traga manchas, traga recuerdos, traga yo... Te miré. Cogí mis bragas y las olí hasta quedarme sin más olor que el de tu cuerpo contra el mío. Y al levantar los ojos tú ya te habías metido dentro de la lavadora. Centrifugado, aséptico, frío y con su tiempo calculado. Saldrás impoluto de allí. Y yo seguiré corriendo por las calles con las bragas al vuelo para que el mundo, que aún no ha perdido los sentidos, siga oliendo a mí...
domingo, 6 de diciembre de 2009
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