jueves, 24 de febrero de 2011

Gracias Ana María...


“A veces pienso cuánto me gustaría viajar a través de un cerebro infantil. Por lo que recuerdo de mi propia niñez, creo que debe de tener cierto parecido con la paleta de un pintor loco; un caótico país de abigarrados e indisciplinados colores, donde caben infinidad de islas brillantes, lagunas rojas, costas con perfil humano, oscuros acantilados donde se estrella el mar en una sinfonía siempre evocadora, nunca desacorde con la imaginación… Claro está que habría que añadir a todo eso el sonsonete de la tabla de multiplicar, el chirriar de la tiza en la pizarra, la asignación semanal, los lentes sin armadura del profesor de latín, el crujir de los zapatos nuevos, la ceniza del habano de papá…
(…) Pero lo que no existe allí, ciertamente, es la absoluta comprensión del bien ni del mal. Por más fábulas rematadas en moraleja que nos hayan obligado a leer, por más cruentos castigos que se acarreen las mentiras de Juanito, por más palacios de cristal que se merezcan las pastoras buenas, la idea del bien y del mal no arraiga fácilmente en aquellas tierras encendidas y tiernas, como en eterna primavera. No existen niños buenos ni malos: se es niño y nada más.”

Comienzo del cuento “Los niños buenos” de Ana María Matute.

sábado, 19 de febrero de 2011

La kasa de Karmen

En esa casa se quedaron pedacitos de mi infancia: risas en los rincones, garabatos en la mesa del salón, sonrisas en las ventanas.
Acostumbré mis ojos a los colores, aunque no los tuve que acostumbrar, nacieron con ellos y en ellos se quedaron. Era una casa que daba al campo, a un campo que a mí se me antojaba el final del mundo aunque al lado estuviera la carretera y a pocos kilómetros el pueblo de Nerja. Pero ese campo sabía y olía a sueños perezosos, a flores sin cortar, a maleza rica y espesa que me hacía cosquillas cuando salía a andar. Y el color nunca se iba y las risas jamás se iban. Y la luna siempre era la guardiana del lugar, alumbrando por la ventana, mientras dibujaba y escribía cuentos con Atenea y Julia. Y era la casa de los disfraces, de las estrellas pegadas a la piel, de las varitas mágicas. Allí pasé veranos inolvidables. Y algo de mí se quedó siempre ahí. Sigo coloreando, disfrazándome, corriendo por los campos. Sigo de colores, sigo Campanilla. Peter Pan, puede esperar.

jueves, 17 de febrero de 2011

Señales de vida



Aquí sigo, no me he ido aunque haga ya tiempo que no escriba por aquí.
Mi corazón feminista empieza a despertar.
Estoy en paro, una parada más. Una profesora de francés que no da clases.
Voy a un taller de escritura de literatura infantil y juvenil. No estoy a gusto del todo. Somos cuatro: tres y Marisa.
Marisa Puerto Pacheco, pintora y trabajadora social.
76 años de vida.
Jerezana de corazón y nacimiento.
Feminista y de izquierdas.
Buena escritora y encima de humor.
La quiero, me da fuerzas para seguir en ese taller que aún no sé hacia dónde me llevará.
No tengo amigos con los que salir porque yo no quiero.
Me quedo en casa leyendo y escribiendo lo que puedo, lo que se me antoja, lo que me sale de dentro.
Está el patio revuelto y eso se nota. Falta comunicación, buen rollo, ganas de cooperar los unos con los otros.
Pero seguimos en la lucha.
Mi amiga Karmen de Nerja y mi amiga Kayele me han animado a que escriba algo. Y aquí ando y desando con las yemas de los dedos dando vida al teclado.
Acaba de salir un nuevo libro que merece la pena leer: "El alfabeto de los pájaros" de Nuria Barrios. Aún no lo leí pero ya estoy deseando hacerlo.
Sigo deseosa, curiosa, ansiosa
a pesar de que a veces sólo tengo ganas de meterme en la cama y bajarme del mundo como decía Mafalda.
Sigo en la lucha.
Sigo buscando el goce y el placer.
Sigo pintando garabatos que siempre me saben a poco.
Sigo buscando y encontrando
señales de VIDA...